Para que tal sistema tenga visos de credibilidad democrática y el pueblo crea en su
soberanía, los partidos que se turnan en el poder político presentan algunas dife-
rencias formales, es decir diferencias en la forma aunque no en el fondo. Uno es de
derecha, o centroderecha, y el otro se define de izquierdas para captar el voto de
los sectores oprimidos y desheredados de la sociedad. Pero se trata de una izquier-
da sólo en apariencia, y a veces ni eso. La cuestión primordial, para la clase diri-
gente, es que el gobierno efectivo de tal partido de izquierda no se diferencie, en lo
esencial, del que realizaría el partido de derecha o centroderecha.
En España tuvimos ocasión de palpar la realidad del funcionamiento de este esque-
ma. El Partido Socialista Obrero Español que reemplazó en 1982 al partido cen-
trista que había gobernado hasta entonces, realizó durante casi catorce años un tipo
de política económica que persigue beneficiar al capital nacional y transnacional, y
que no se diferenció -en lo esencial- de la que inspiró a los Gobiernos de la UCD y
de la que va a realizar desde ahora el P.P.
Puede parecer que el sistema bipartidista español es algo «sui generis» pues dentro
de él, aparte de los dos principales partidos, pueden jugar un importante papel
otras fuerzas políticas, como estamos viendo actualmente con la coalición que
preside Jordi Pujol. Pero esto no cambia la sustancia del bipartidismo ya que se
trata de partidos nacionalistas sin vocación ni posibilidades de actuación a nivel de
todo el Estado, y en todo caso se trata de fuerzas políticas de la misma derecha a la
que sirven con abnegación el
P.P.
y el
P.S.O.E.
J
ordi
P
ujol puede tener grandes dife
-
rencias con estos partidos en lo que concierne a la concepción sobre el
E
stado, pero
coincide plenamente con ellos en el terreno económico-social. Hasta ahora apoyó a
Felipe González y desde ahora puede apoyar a Jose Mª Aznar, y esto es así porque
ambos líderes son perfectamente intercambiables y se pueden cambiar uno por otro
para que todo siga igual en lo que verdaderamente interesa a la clase dominante.
Pero además de esta realidad, en este sistema cuentan mucho también las
apariencias. Hay que echarle mucho teatro al asunto, y los protagonistas de la
escena política están bien dispuestos a actuar. Ya vimos cuánto tienen de espec-
táculo las campañas electorales. Mas la comedia continúa aún después de las elec-
ciones. El partido que perdió el 3 de marzo tiene que sentar plaza de izquierdista, y
ahora debe hacernos olvidar su actuación de los catorce últimos años. Ya han
empezado a comportarse como oposición y a presentarse como los defensores de
las víctimas de un P.P. que aún no ha empezado a gobernar. Algunas voces dentro
del P.S.O.E. se pronuncian sobre una reformulación del mensaje del partido, con
la esperanza de que esto propicie un acercamiento a I.U.. El caso es que, desde la
oposición, la actuación del Partido Socialista puede en verdad tener un carácter
izquierdista del que careció cuando gobernaba. Las cosas del bipartidismo son así,
el mensaje que se da desde la oposición no tiene por qué coincidir con la política
que se realizaría desde el Gobierno.